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El Rey y Bolívar. Símbolos y sinécdoques

Kiko Rosique, 11 agosto 2022

Ahora que, por una vez, el debate político español estaba centrado en cosas serias y materiales, en cómo tenemos que modificar nuestros patrones de conducta ante un eventual desabastecimiento energético, el gesto del Rey al no levantarse al paso de la supuesta (de todos es conocida la escasa fiabilidad de las reliquias) espada de Simón Bolívar nos ha colado una nueva batallita cultural de ésas tan deseadas por los partidos políticos, por todos mis compañeros opinadores y por mí el primero.

Podría empezar este artículo igual que el anterior. La polémica suscitada vuelve a demostrar que la toma de posición de los partidos y los ideólogos no obedece a razonamientos lógicos, en los que una premisa más o menos demostrada y una hilazón argumental rigurosa les lleva a una conclusión. En este caso, su toma de postura depende, y eso es lo que un racionalista no puede tolerar, de quiénes sean los que cada cual considera su bando, “los suyos”.

No hace falta más que comparar la controversia con la idéntica de cuando Zapatero, entonces líder de la oposición, se quedó sentado al paso de la bandera de Estados Unidos en el desfile del 12 de octubre de 2003. Quienes en su día se rasgaron las vestiduras por el supuesto ultraje al símbolo de las barras y estrellas no lo hacen hoy por otro menos institucional pero igual de sentido. Y, en cambio, los que justificaron que el expresidente expresara entonces su posición independientemente de la cortesía diplomática y sus protocolos adoptan ahora ese enfoque entonces ignorado para soliviantarse por la presunta ofensa del monarca.

Los independientes iconoclastas que desdeñamos los símbolos, porque no compramos las sinécdoques que nos ofrecen los vendedores de argumentarios para convencernos de que esos símbolos representan un todo y no sólo a una parte, lo tenemos más fácil para no incurrir en incoherencias. A mí lo que hizo Zapatero en 2003, fuera más o menos torpe, infantil o voluntarioso, me pareció perfectamente legítimo. Porque no creo ni que el líder socialista representara a todos los españoles (en aquel momento, ni siquiera al Gobierno o a la mayoría parlamentaria), ni tampoco la bandera y sus connotaciones a todos los ciudadanos de un país.

Su gesto fue una toma de posición personal y política, tan oportunista como cualquier otra, ante lo que la enseña encarnaba en aquel contexto: una guerra justificada con una coartada falsa como que un dictador laico arriesgaba su puesto por ayudar a un movimiento integrista musulmán. Dentro de 50 años y siete u ocho cambios de gobierno a un lado y otro del Atlántico, seguirá habiendo so-called analistas que sostengan que EEUU todavía modula su actitud hacia España en función de aquel desplante. En ese futuro, como siempre ha ocurrido, habrá actores interesados en utilizar el pasado para actuar sobre el presente, mientras tratan de convencernos de que la influencia funciona en sentido cronológico, de que nuestra esencia hunde sus raíces en un pasado inmemorial.

Por los mismos motivos, no creo que la sentada del Rey deba erigir nuevos agravios transatlánticos. Ni soy el único español que no se siente representado por el monarca (probablemente tampoco me lo sentiría por un presidente de la República que no pensara exactamente como yo) y por tanto sus actos y gestos no me incumben (cualquier republicano debería pensar así), ni estoy dispuesto a aceptar que la espada de Bolívar sea un tótem con el que se identifiquen todos los colombianos, todos los latinoamericanos o su soberanía política, un concepto que sólo en estos casos la izquierda quiere entender como sinónimo de libertad.

Rosa Luxemburg ya denunció, glosando a Marx, que presentar una nación como un todo homogéneo es una construcción burguesa para esconder las diferencias sociales. Y Podemos lleva toda su trayectoria proclamando que cada partido y cada medio de comunicación defienden unos intereses de clase determinados. Pero tiene tantas ganas de jugar contra el PSOE la carta del republicanismo, que cree ganadora entre los jóvenes progresistas, que el ansia le ha llevado a sostener un disparate para su propio ideario como es que Bolívar representa los de todos los colombianos a la vez. Por eso , después de su sana desmitificación de los símbolos nacionales españoles, Pablo Iglesias y sus afines han acabado rindiendo pleitesía a una espada hispanoamericana.

El Rey probablemente no tuvo tiempo de reflexionar tanto sobre a quién representaba el supuesto propietario de la reliquia que desfiló en Bogotá. Le tocó improvisar una decisión a sabiendas de que le iban a criticar su actitud hiciera lo que hiciera. En cada caso, unos fabuladores de linealidades históricas distintos. Los que hoy le aplauden por su dignidad, si se hubiera decantado por la otra alternativa, le habrían echado en cara su falta de respeto por los que en las guerras de independencia murieron por eso que llamarían España.

No es que tomando la decisión que tomó quisiera contentar al segundo sector ni expresar un mensaje político, como le atribuye Iglesias con toda la sobreinterpretación que le caracteriza en estas batallas; bien sabe el Rey que ni puede, ni debe ni le conviene. Es más bien que, aun sin pretender lanzar ningún pronunciamiento, no podía negarse a levantarse y a la vez a quedarse sentado. Una lástima, porque esa imposible tercera opción habría sido la única correcta y no mancillada por las falacias de unos u otros.

La derecha tergiversa la Historia porque fantasea que los españoles de hoy somos herederos de los del siglo XIX, aunque ni nosotros ni la mayoría de los de entonces perdimos nada por la independencia de los países latinoamericanos. Sin embargo, la izquierda hace otro tanto al pretender que un burgués criollo como Bolívar, que soñó con una América unida y no con la pléyade de estados en que desembocó la llamada emancipación, se habría sentido encarnado en un progresista, antaño radical, como Gustavo Petro. En realidad, difícilmente se habría sentido cómodo en la toma de posesión de ningún presidente nacional, que personificaría, no su legado, sino justamente el fracaso de su sueño panamericano. Como decíamos antes, es el presente el que modela el pasado; es Petro quien se quiere identificar con Bolívar para usarlo políticamente.

Pero no se trata sólo un problema de símbolos y sinécdoques, que lleva a ambos lados del espectro ideológico a creer que los triunfos o fracasos de las entelequias estatales se impregnan como por ósmosis en cada uno de sus ciudadanos, obviando que éstos tienen sus propios anhelos e intereses privados y a menudo discordantes entre sí. Es que, por si fuera poco, después de contradecir los razonamientos que siguieron en otros casos similares, por lealtad a su bando y afán de mantener prietas las filas de sus hooligans, no son capaces de identificar cuál es ese bando.

No existe ningún motivo justificado para glorificar a los que consideramos “los nuestros” sólo por el hecho de ser los nuestros, pero la vulgaridad llega a lo hilarante cuando descubrimos que todos los que incurren en tal fetichismo, sin excepción, tienen por costumbre celebrar precisamente al bando que menos tiene de suyo.

Quienes homenajean a los pueblos ibéricos como Numancia o Lusitania creyéndolos sus antecesores no se dan cuenta de que su identidad real debe mucho más a los romanos; los que honran a los pueblos precolombinos ignoran que a ellos, a Petro e incluso a Bolívar, les ha configurado mucho más la influencia española; quienes cantan las glorias del 2 de mayo olvidan que cualquier occidental de hoy es como es por la influencia de la Francia ilustrada y revolucionaria y no por los heroicos patanes que la combatieron. La izquierda, en definitiva, debe todo su ideario a la cultura occidental y nada al resto de continentes.

Naturalmente, los que influyen e imponen su “relato” son los ganadores de conflictos siempre violentos, porque, como vislumbró Walter Benjamin, la cultura se construye sobre la barbarie, pero así ha sido y será siempre y en todo lugar. Unidas Podemos y los independentistas catalanes denuncian que España impuso su imperio colonial por la fuerza de las armas. Pero no sé de qué otra manera piensan que Bolívar pasó de ser el caudillo de un bando en una guerra civil a mito libertador de todo un continente; o cómo, por citar un ejemplo cualquiera, Ramón Berenguer III, aliado con Pisa, conquistó Mallorca en el siglo XII y permitió que hoy algunos puedan situar Baleares dentro de los Països Catalans.

Ernest Renan, tal vez el primer desmitificador de los nacionalismos aun siendo un patriota francés, ya constató a finales del siglo XIX que “la investigación histórica saca a la luz hechos violentos que tuvieron lugar en el origen de todas las formaciones políticas” y que “la unión siempre se efectúa por medio de la brutalidad”. Eso es lo que tienen que borrar de sus relatos la derecha que mitifica a los Austrias y los Borbones y la izquierda que adora a Bolívar. Para elaborar sus operaciones de blanqueo de las diferencias fratricidas y hacer olvidar que sólo con sangre de una parte un rey o una espada terminaron convirtiéndose en símbolos que hoy puedan utilizarse políticamente como personificaciones de todo un pueblo.

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Publicado por Kiko Rosique

Redactor de Política de la agencia de noticias Servimedia desde 2015. Columnista semanal del diario 'El Mundo' en su edición de Castilla y León hasta 2013 (www.kikorosique.com). Autor del ensayo 'El cuento de las naciones' (www.elcuentodelasnaciones.wordpress.com). Tw: @KikoRosique

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