Kiko Rosique, 29 enero 2023
Tal vez la trágica sucesión cronológica del repunte en los asesinatos de mujeres por sus parejas y exparejas y el atentado yihadista de Algeciras me permita demostrar que el planteamiento no tiene que ver con la izquierda ni la derecha, con el machismo ni el feminismo; con la inmigración, la tolerancia ni la xenofobia. Se trata simplemente de aplicar un mínimo enfoque lógico-científico para comprender las conductas. Porque, sí, como dicen todos pero sólo cuando les conviene, dato mata relato.
No es, insisto, una cuestión política; en los dos debates Vox está a un lado y el resto de partidos enfrente, aunque el PP a veces se aproxima un poco, de forma intermitente, a las posiciones de su formación colindante. Y, sin embargo, en uno de ellos el partido de Santiago Abascal tiene razón, y, en el otro, por exactamente el mismo motivo, está equivocado.
En los círculos políticos, mediáticos y redes sociales se ha repetido, cómo no, la insufrible polarización simplista y maniquea que nos circunda; nuestro “que te vote Txapote” vs “Ayuso asesina” de cada día. Gente de derechas que recrimina a la izquierda que se niegue a presentar el atentado de Algeciras como un asesinato de un católico por el hecho de serlo (un obvio paralelo con el “por el hecho de ser mujer”), y gente de izquierdas que reprocha a Vox que criminalice a todos los musulmanes o los inmigrantes y sostenga que la violencia no tiene género pero sí religión.
Unos y otros se abalanzan sobre las contradicciones de la otra parte pero ni se plantean aprovechar la luz especular que arrojan sobre las suyas propias. Porque tanto la izquierda como la derecha, cada una en un tema, están atribuyendo una explicación cultural a un tipo de violencia que ejerce tan sólo una ínfima parte de los individuos que supuestamente están sujetos, respectivamente, a la cultura islámica y la cultura patriarcal.
En España viven más de dos millones de musulmanes. Aunque los 1.091 yihadistas interceptados desde el 11-M en España fueran de aquí, tendríamos que sólo uno de cada 2.000 musulmanes españoles se han radicalizado hasta abrazar la guerra santa. De cada 2.000 personas influidas por la misma cultura islámica, una se hace terrorista y las otras 1.999 no. Decisiva cultura que sólo ejerce efecto en el 0,05% de los sometidos a ella. No he echado la cuenta de los asesinos católicos, como Feijóo, pero no le andará muy lejos, y sería igual de absurdo culpar a la doctrina de la Iglesia.
En el otro tema tenemos cifras similares. Según el feminismo de género, toda la sociedad constituye un patriarcado transido por el machismo estructural, todos somos machistas aunque no nos demos cuenta porque estamos gobernados por dicha cultura, y a ella se deben, entre otras cosas, los asesinatos que, por esa motivación supuestamente cultural, cataloga como “de género” o “machistas”. Sin embargo, desde el año 2003, en que empezó a llevarse la cuenta, han muerto de esta forma 1.188 mujeres, a manos de otros tantos hombres. Y, a grandes rasgos, en estos 20 años han vivido en España unos 23 millones de adultos de cada sexo. Por tanto, la cultura patriarcal que todo lo permea ha convertido en asesinos apenas al 0,005% de los hombres cuya mentalidad ha esculpido a sangre y fuego: uno de cada 20.000.
Los números absolutos impresionan mucho. Más de mil yihadistas, más de mil asesinos de sus parejas. Pero es que en España somos millones. Y porcentajes de minorías asesinas que apenas alcanzan el 0,05% y del 0,005% de sus respectivos colectivos son, indiscutiblemente, “casos puntuales”. Al menos, así describió el Ministerio de Igualdad al 0,01% de mujeres que han sido condenadas por haber presentado denuncias falsas de malos tratos, y ese porcentaje es el doble que el de hombres asesinos o mujeres asesinadas en los últimos 20 años.
Más allá de los números, un enfoque lógico-científico para explicar cualquier fenómeno o comportamiento busca el motivo del mismo, no en lo que tienen en común las personas que lo protagonizan y las que no (en este caso, la cultura, islámica o patriarcal), sino en aquello que les diferencia. Quienes cometen los crímenes tienen que tener algo que no tengan los que se abstienen de cometerlos, o viceversa. Es tan evidente que casi duele tener que enunciarlo.
Es decir, hay que investigar qué ha hecho que ese 0,05% de musulmanes y ese 0,005% de hombres se conviertan en asesinos, un motivo ausente en el 99,95% y el 99,995% restantes, que, estando supuestamente sometidos a idéntica cultura, no han caído en la misma deriva. Eso es un principio racional básico, un silogismo elemental, válido independientemente de si uno es de izquierdas o de derechas, si es machista o feminista, si es un xenófobo o le gusta el mestizaje.
Otro principio racional conduce, sin duda, a defender la total igualdad de derechos, libertades y roles entre hombres y mujeres y entre personas de distintas razas y religiones, porque no hay ni un solo motivo fundado para sostener lo contrario. Pero, cuando una feminista o una persona tolerante formula una hipótesis para explicar o interpretar un fenómeno o suceso, debe argumentarla, y no eludir esta obligación alegando que el de enfrente es un machista o un xenófobo. Ni aun en el caso de que efectivamente lo fuera.
Si la inmensa mayoría de los sujetos que pertenecen a una determinada cultura no siguen una conducta o realizan determinados actos, éstos, reitero, no pueden ser consecuencia de dicha cultura. Su causa está en algún factor que distingue a los sujetos que sí los cometen de los que no. Y, con un escaso 0,05% de asesinos musulmanes y un todavía más exiguo 0,005% de asesinos hombres, sólo cabe pensar en motivos de índole personal.
Probablemente, la mayoría serán de base genética: una predisposición natural a la violencia, a la falta de empatía, a los ataques de ira y los brotes psicóticos. En el caso de los musulmanes, también la tendencia al fanatismo ideológico, al maniqueísmo, al mesianismo; en el de los hombres, a los celos, a la dependencia emocional, al deseo de venganza; en unos y otros, la ingesta de drogas y alcohol. Se está indagando policial y mediáticamente en las circunstancias personales del asesino de Algeciras, y así debería hacerse también con todos los hombres que matan a sus mujeres o exmujeres. No se trata de justificar a nadie, sino de saber la verdad; pero, si la verdad resultara total o parcialmente eximente, habría que aceptarla. La cárcel tiene su razón de ser en el derecho legítimo de la sociedad a protegerse, no en la culpa objetiva del convicto.
El problema es que todavía no conocemos el cerebro humano tanto como para detectar eventuales asesinos, y que es imposible seguir la trayectoria de todos ellos para cotejar si los azares de sus vidas les sitúan en coyunturas psicológicas en las que desarrollar y aplicar sus predisposiciones genéticas. Por eso, la Policía tiene que trabajar casi a ciegas y tampoco dispone de agentes suficientes para situar uno detrás de cada musulmán radicalizado o marido o exmarido vengativo. Probablemente, ni siquiera de los que haya detectado. Bastantes tragedias evita por intuición, perspicacia o incluso pura fortuna.
Irene Montero restaba trascendencia interpretativa al repunte de asesinatos de mujeres atribuyéndolo a un momento concreto, las Navidades, cuando la convivencia es más estrecha y prolongada, se bebe más alcohol y hay que atender a la familia política. No percibía fallos a corregir en el funcionamiento del sistema Viogen. Y tenía toda la razón. Cuando los asesinatos son casos aislados y se cifran en unidades, cualquier mínima diferencia en términos absolutos se dispara en su traducción a porcentaje. De 1 a 2 o de 2 a 4 ya representa un aumento del 100%. La subida de 0 a 1 atentados yihadistas que ha experimentado 2023 sobre el año pasado supone matemáticamente un incremento infinito.
Yo, que mis creencias religiosas se limitan a las del franciscano Guillermo de Ockham cuando recomendaba no multiplicar los entes más allá de lo necesario y tender a la explicación más sencilla de los fenómenos, sugeriría no elevar a categorías culturales actitudes que son estrictamente individuales. Hace unos días ya vimos cómo las pulsiones viscerales se ríen de las construcciones ideológicas de uno y otro signo, y de su evolución con el paso del tiempo. Si hace cuatro siglos vertebraban tragedias shakespearianas, hoy se mantienen incólumes a las diferencias sociales, a los cambios de paradigmas culturales, a las modas y las moralidades, al rol tradicional de la mujer sumisa y al nuevo ideal de la sororidad. Y nos demuestran que, en las profundidades más rabiosamente humanas, seas rico o pobre, sean hombre o mujer, hasta la mismísima Shakira es “igualita que tú”.