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Mujeres, libertades y paternalismos

Kiko Rosique, 20 mayo 2022

La coincidencia en días consecutivos de la aprobación de la reforma de la ley del aborto en el Consejo de Ministros y del dictamen de la Ley de Libertad Sexual en la Comisión de Igualdad del Congreso ha demostrado una vez más que los partidos no alcanzan los postulados que defienden tras un razonamiento lógico que lleva de unas premisas a sus conclusiones y siempre sería el mismo, sino que siguen el tránsito contrario. Parten de las conclusiones y luego buscan cómo justificarlas por medio de argumentos y enfoques que, de esa forma, terminan contradiciéndose entre sí de un tema a otro y, en cambio, guardan asombrosos paralelismos con los de formaciones que en alguno de estos debates sostienen la postura contraria.

La libertad de la mujer para interrumpir su embarazo es una premisa válida y pertinente, aunque lo es precisamente sobre la base que los partidos proabortistas nunca se ocupan de argumentar, convirtiendo así la polémica con los antiabortistas en un eterno no-debate: que un embrión es sólo un conjunto de células incapaz de sentir, puesto que el sistema nervioso sólo se cierra en los embarazos normales a partir del sexto mes de gestación. Los contrarios al aborto se horrorizan porque imaginan a los embriones como bebés en miniatura que sufren y lloran, ante quienes ciertamente no cabría defender el derecho de nadie a asesinarlos aunque los lleve en su seno. Pero, sin sistema nervioso, los embriones se parecen en realidad mucho más a clicks de Playmobil en pequeñito.

Habrá quien se escandalice por esta comparación, pero será porque arrastra la vieja inercia de Parménides de que las cosas, o son, o no son, de forma que algo que llegará a ser humano tiene que serlo desde el principio. Hace mucho tiempo que la ciencia dio la razón a Heráclito. La materia no se crea ni se destruye; sólo se transforma, y lo hace continuamente. Los materiales fermentan, arden o se descomponen, pero ni las uvas son vino, ni la madera es ceniza ni los alimentos que nos llevamos a la boca son excrementos. El embrión, sometido a los procesos químicos del embarazo, puede desarrollarse en persona, pero abortarlo no es un asesinato, igual que estropear unas témporas no equivale a destruir una obra de arte.

No hay duda de que, como arguyen los antiabortistas, el ADN irrepetible de cualquiera de nosotros ya está presente en nuestro embrión, pero lo sigue estando en nuestro cadáver y a nadie se le ocurre preservarlo del apetito de los gusanos por ser el presunto sanctasanctórum de la naturaleza humana. Y, por supuesto, a cualquier adulto que le pregunten dirá que prefiere no haber sido abortado, pero también lo diría uno resultante de haber fecundado un óvulo de los que las mujeres dejan mensualmente sin utilizar con un espermatozoide desperdiciado de alguna de esas formas en que los despilfarran los hombres, y no por ello hacemos recolección de células reproductivas de unos y otras para forjar en laboratorio nuevas identidades irrepetibles y felices de estar vivas.

En definitiva, sólo desde el axioma de que Dios insufla el alma en el momento de la fecundación se puede sostener una equiparación del embrión y el humano nacido. Pero, incluso, si yo fuera creyente, pensaría que la divina inteligencia concibió una dualidad de alma y cuerpo para sacar la primera del segundo en caso de arrepentimiento de la madre, y que diseñó una gestación tan larga y en cuyo comienzo el embrión no es prácticamente nada para dar tiempo a rectificar sin remordimientos incluso a las adolescentes de 16 años que no quieran contárselo a sus padres. De hecho, los libros penitenciales de la Edad Media ya ponderaban las purgas por abortar según el mes de embarazo en que se procediera a su interrupción: lo que viene a ser una ley de plazos en toda regla.

Por tanto, el feminismo y la izquierda tienen perfectamente justificado apelar a la libertad de la mujer para decidir qué hace con su cuerpo durante los primeros meses del embarazo. Otra cosa es cuando desde Podemos vitorean a sus camaradas chilenas por promover el aborto hasta las nueve meses. Ahí se contradicen. Básicamente, porque el feto puede no considerarse un ser humano, pero eliminarlo por esas fechas causaría dolor a un ser vivo que ya tiene sistema nervioso, y por tanto vulneraría la Ley de Protección Animal impulsada por el Ministerio de Derechos Sociales de Ione Belarra.

En cambio, la premisa de la libertad de la mujer para hacer lo que desee con su cuerpo desaparece misteriosamente en la proposición de ley del PSOE “para prohibir el proxenetismo en todas sus formas”. Curiosa extrapolación semántica ésa de “todas sus formas”, porque, en realidad, excede lo que es propiamente el proxenetismo, e incluye la llamada “tercería locativa” como modalidad “agravada” del delito, según la cual iría a prisión todo aquél que, “con ánimo de lucro y de manera habitual, destine un inmueble, local o establecimiento, abierto o no al público, o cualquier otro espacio, a promover, favorecer o facilitar la prostitución de otra persona, aun con su consentimiento”.

En su iniciativa el Grupo Socialista plasmó la enmienda que retiró en el último momento de la Comisión de Igualdad entre reproches al resto de partidos por no querer combatir ese supuesto proxenetismo. Y es de agradecer que no deje decaer un debate social que hay que resolver porque los argumentos están ya todos encima de la mesa y no van a cambiar. Pero ninguna de esas formaciones, y probablemente ni una sola persona de bien, alberga la menor duda de que hay que perseguir a los “empresarios” que obligan o coaccionan a mujeres para que se prostituyan en su beneficio.

Lo que recalcaron uno tras otro los portavoces de ERC, Junts per Catalunya, PNV, EH Bildu, la CUP, y seguramente los Comunes si la representante de Unidas Podemos en la Comisión hubiera pertenecido a su confluencia catalana, fue que la prostitución bajo coacción es algo distinto de lo que algunos llamaron “trabajo sexual voluntario” y que éste también necesita un local para desempeñarse. Ese local a cuyo propietario la propuesta socialista llevaría a la cárcel por “facilitar” la prostitución de una mujer con el consentimiento de ésta.

ERC, JxCat y la CUP, que tampoco estaban contentos con la redacción del anteproyecto de ley antes de la enmienda del PSOE, ya en octubre pasado presentaron una enmienda conjunta en la que precisaban cuándo es proxenetismo y cuándo no. Su texto matizaba que “hay explotación cuando exista aprovechamiento de una relación de dependencia o subordinación” y condenaba al propietario de un local donde se ejerce prostitución cuando lo destina “a favorecer la explotación de la prostitución de otra persona, aun con su consentimiento”. Explotación de, no simplemente prostitución. Una diferencia evidente, que corroboran Ciudadanos y los Comunes, pero no Podemos, IU ni, por supuesto, el PSOE.

La exposición de motivos de los grupos independentistas de Cataluña, comunidad donde tienen mucha fuerza las asociaciones de prostitutas libres, señalaba la contradicción con respecto al enfoque general de la ley del “sólo sí es sí” y otras normas del Ministerio de Igualdad: “Si se pretende garantizar la libertad de las mujeres o de las personas trans a la hora de disponer de su cuerpo, la ley entra en una absoluta contradicción porque, por un lado, proclama la libertad en este sentido, pero por el otro agrava la situación, impidiendo el acceso a unos espacios que les garanticen seguridad”. El mismo razonamiento de la izquierda española respecto al aborto, que curiosamente ya no vale para la prostitución: puesto que va a seguir practicándose, que sea en las mejores condiciones posibles.

Ese texto no se alejaba mucho del que ya en 1949 escribió Simone de Beauvoir en ‘El segundo sexo’, su ensayo seminal sobre el patriarcado, tantas veces citado por la abolicionista confesa Irene Montero pero donde ella abogaba por el regulacionismo para mejorar las condiciones de estas trabajadoras y no vislumbraba ningún conflicto desde el punto de vista feminista: «La mayoría de las prostitutas están moralmente adaptadas a su condición (…). Lo que hace difícil la existencia de las prostitutas no es su situación moral o psicológica. Es su situación material, que en la mayor parte de los casos es deplorable».

Setenta años después, instalada en la sociedad occidental una moral mucho menos mojigata, el PSOE sostiene que la prostitución es “una forma de violencia contra la mujer”. La pregunta sería entonces qué piensa de las prostitutas que afirman que ejercen su trabajo libremente y sin coacción, pero que necesitan alquilar una habitación o un local para realizarlo en mejores condiciones materiales, y que lo que querrían es tener unas garantías laborales homologables a las de otra ocupación. ¿Cree que sufren violencia pero la ocultan? ¿Que sufren violencia pero no se dan cuenta de que la sufren? ¿Que sufren violencia pero son tan tontas que no les importa?

Todavía más insostenible es otro argumento recurrente de los socialistas: que hay que abolir la prostitución porque sin ésta no habría trata. Por esa regla de tres también habría que prohibir la inmigración, porque sin ella no habría mafias de tráfico de personas, como sugiere repetidamente Vox. Tanto abogar por tratar distinto a los diferentes, aunque las diferencias se tracen entre fabuladas identidades colectivas, y ahora el PSOE pretende aplicar la misma tabla rasa a las prostitutas forzadas que a las voluntarias, sin ni siquiera ofrecerlas una alternativa profesional como sí está intentando el Ministerio de Igualdad.

Unidas Podemos se ha salvado de estas incongruencias por la división interna en su espacio, pero se zambulle de cabeza en ellas en lo que respecta a la gestación subrogada, aunque la ley del aborto renunciara al final a meterse en el lío jurídico de perseguir a los españoles que hubieran recurrido legalmente a ella en el extranjero. Aquí tanto el PSOE como UP estiman que las mujeres que se prestan, por las razones que sean, a gestar el feto de otra, son objeto de una “violencia contra la mujer”, pese a que ellas sean mujeres y no les conste estar sufriéndola. La izquierda estira el sustantivo “violencia” por lo menos tanto como hizo la derecha para tachar de “rebelión” el proceso independentista catalán de 2017.

En la gestación subrogada los partidos que se dicen feministas no conciben la sororidad altruista, ni mucho menos que una mujer disponga libremente de su propio cuerpo por razones económicas. Alegan que son mujeres pobres las que gestan por las ricas, pero también son pobres las que trabajan como camareras, limpiadoras, empleadas del hogar y en otros muchos oficios, y no por ello propugnan suprimirlos. ¿Qué cambia por el hecho de que en la gestación subrogada ofrezcan su útero? Parece que piensan que en ese órgano radica la esencia femenina, más que en las manos o la inteligencia, y por eso no lo pueden profanar. Sólo el conservadurismo más trasnochado suscribiría hoy ese planteamiento.

Pero los paralelismos transideológicos no terminan ahí. El mismo paternalismo que despliega la derecha sobre las mujeres que deciden abortar, tratando de convencerlas de que en el fondo no quieren hacerlo y serían más felices si dieran a luz, lo exhibe la izquierda con las que deciden prostituirse o gestar el feto de otra, lanzándose a rescatarlas como un caballero andante de una violencia y un menoscabo que ellas no sienten como tales. El ‘rightsplaining’ y el ‘leftsplaining’ se equiparan así en su afán de imponerse a la libre voluntad de las mujeres reales.

Tampoco era tan difícil de prever cuando la derecha concibe el mundo desde la premisa religiosa de un plan de Dios que interpela a todos sus hijos, y la izquierda desde el axioma no menos arbitrario e inverificable de que todo lo que pasa entre hombres y mujeres es producto de una dominación estructural del colectivo masculino sobre el femenino que nos impregna aunque no nos demos cuenta. Esta semana ha demostrado que ni una ni otra están dispuestas a que mujeres individuales les desmonten su construcción ideológica refutándola con el ejemplo de su pensamiento y el ejercicio de su libertad.

Publicado por Kiko Rosique

Redactor de Política de la agencia de noticias Servimedia desde 2015. Columnista semanal del diario 'El Mundo' en su edición de Castilla y León hasta 2013 (www.kikorosique.com). Autor del ensayo 'El cuento de las naciones' (www.elcuentodelasnaciones.wordpress.com). Tw: @KikoRosique

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