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La Transición española y la vasca

Kiko Rosique, 20 mayo 2023

Ante todas las tragedias que han fracturado una sociedad y en las que un bando ha ejercido de verdugo y el otro como víctima, se pueden adoptar dos posiciones legítimas. O bien que, cuando las condiciones históricas lo permitan, se ha de pasar página, tratar de empezar de cero y avanzar hacia la reconciliación y la normalización, o bien que siempre se debe tener en cuenta a las víctimas y hacer política con ellas en mente para intentar resarcirlas y no ofenderlas nunca con pactos ni gestos hacia los herederos de los verdugos.

Yo, personalmente, que he tenido la suerte de no pertenecer al bando de las víctimas ni de la represión franquista ni del terrorismo de ETA, soy partidario del primer enfoque, porque las circunstancias cambian y mirar siempre al pasado perpetuaría la división y el enfrentamiento social. Pero reconozco que, si mis allegados o yo mismo hubiéramos sufrido la violencia de la otra parte en uno de esos conflictos, casi con toda seguridad sostendría la tesis contraria. Lo que no puedo admitir, por coherencia, es que alguien defienda una postura en un conflicto y el opuesto en el otro. Que es exactamente lo que hacen la derecha y la izquierda ante la Transición de la dictadura a la democracia en España y el final del terrorismo en el País Vasco. Memoria histórica selectiva por ambas partes.

La derecha y Ciudadanos pretenden recordar eternamente a EH Bildu su pasado cómplice del terrorismo y su insensibilidad hacia el sufrimiento de los vascos no nacionalistas, y la izquierda al PP y Vox que Alianza Popular y UCD las fundaron ministros y dirigentes del régimen franquista. La izquierda más allá del PSOE sostiene, probablemente con razón, que el establishment de la dictadura se dio cuenta de que no podía mantener un sistema autoritario en el Occidente democrático y aprovechó la Transición para continuar en el poder por medios aceptables; la derecha, seguramente con el mismo tino, alega que los abertzales comprendieron que no tenían nada que hacer ante la policía y las ilegalizaciones y por eso no les quedó más remedio que apostar por la paz.

Una y otra llaman “blanquearse” a esta conversión del adversario político, pero tanto la derecha como la izquierda pretenden ignorar, cada una en el tema que les interesa, que lo único delictivo del franquismo y el terrorismo etarra eran los medios, y que en política es lícito defender cualquier idea, desde las de EH Bildu hasta las de Vox, independientemente de la historia que tenga detrás el sector ideológico del que cada cual proceda. Básicamente porque un individuo nunca es responsable de los que le precedieron y a menudo tampoco de su propio pasado, cuando el contexto cultural juzgaba admisibles, para conseguir determinados objetivos, los métodos que, por suerte, ahora se consideran inaceptables.

Hoy no hay en la política española ni fascistas ni filoetarras, esencialmente porque no existen ni el fascismo ni el terrorismo. Por tanto, no viene a cuento sugerir ilegalizaciones, y pactar gobiernos o iniciativas parlamentarias con EH Bildu, como han hecho el PSOE y Unidas Podemos en los últimos años, ha sido tan lícito y justificado como es y será que el PP llegue a acuerdos con Vox, en Castilla y León o, eventualmente, en Madrid o en la próxima legislatura estatal.

Pero es más: quienes en la Transición pudieron ocupar puestos de responsabilidad en la derecha democrática española fueron precisamente las élites franquistas que simpatizaron con Adolfo Suárez, no las que se empecinaron en bunkerizarse. Del mismo modo, los abertzales que han podido prosperar ahora en EH Bildu, engrosando sus listas a las elecciones de mayo aunque en su día cometieran crímenes, son los que siguieron la apuesta de Arnaldo Otegi de renunciar a la llamada “vía armada”.

Ni la de los conversos franquistas ni la de los  abertzales fue una elección baladí. Tanto Suárez como Otegi sufrieron en los primeros años de su metamorfosis una notable contestación interna e incluso riesgo para su vida, hasta que la mayoría de sus respectivas bases sociales se dieron cuenta de que los dos habían hecho lo correcto. O lo que no les quedaba otro remedio que hacer, que en política y en la vida muchas veces es lo mismo.

Hoy, la derecha elogia que la Transición permitió la reconciliación de los españoles, pero se niega a otorgar el mismo estatus a la que emprendió en el País Vasco el coordinador de EH Bildu, mientras que las formaciones a la izquierda del PSOE alaban el harakiri que Otegi practicó desde dentro al terrorismo, pero no dejan de considerar la labor de UCD y Suárez como una vil componenda gatopardiana para que todo siguiera siendo igual que antes. Sólo el PSOE, porque gobernaba cuando Batasuna empezó a separarse de ETA y le convino políticamente, y aun así con cierto pudor, exhibe la coherencia de dar por buenos ambos procesos.

Personalmente, nunca compré el marco que instauró el juez Baltasar Garzón de que “todo era ETA”, porque me parecía materialmente imposible, sobre un mismo acervo de pruebas documentales, cualesquiera que fuesen, escoger entre, por un lado, una concepción del mundo abertzale como un entramado organizado en el que todos se repartían los papeles de común acuerdo dentro de un plan trazado por la banda terrorista, y, por otro, la interpretación del mismo como un abigarrado colectivo, dentro del cual la mayoría se conocen y simpatizan entre sí porque comparten sensibilidades, ambientes y pretensiones, y en el que incluso había trasvases de individuos de unos subgrupos a otros, pero donde los únicos criminales eran los que cometían crímenes. Es decir, de los 44 candidatos de EH Bildu con pasado etarra, sólo los siete que, finalmente, han renunciado a recoger el acta de concejal si lo obtienen, así que sobra sugerir que lo hagan también el resto.

En virtud del mismo razonamiento, llamé en 2009 “ilegalizaciones concéntricas” las que se acometían a partir de la premisa arbitraria de Garzón de que, como ETA era el núcleo irradiador, sus políticos allegados merecían ser ilegalizados; como éstos pasaban a ser ETA, el círculo siguiente también quedaba fatalmente mancillado, y a su vez éste último condenaba al inmediatamente exterior. De forma que, como siempre existiría alguna relación personal entre miembros de los sucesivos círculos concéntricos, se impedía en la práctica que del mundo abertzale surgiera un grupo que llevara a todo el colectivo a abjurar de la violencia. Cuando era obvio que la deslegitimación decisiva de ETA, por muchos golpes policiales que se sucedieran, sólo podía venir desde dentro y no “del enemigo”.

No es verdad que los abertzales hayan dejado de matar porque ahora consigan en las instituciones lo que antes perseguían con las armas, ni que se les haya concedido ningún premio o privilegio a cambio de no asesinar más. Han logrado tener un partido presente en el Congreso, el Parlamento vasco y muchos ayuntamientos: es decir, exactamente lo que ya tenían en 1977 con Herri Batasuna. La única diferencia, aparte de la ausencia de terrorismo, es que ya ni siquiera promueven la independencia, sino que aspiran a ser la ERC de Euskadi: el partido de la centralidad socialdemócrata. Ambos partidos aprovechan que gobierna el PSOE para arrebatar el monopolio de la negociación con el Estado que históricamente han tenido CiU y el PNV, una anomalía en dos regiones cuyo fiel de la balanza ideológica está más a la izquierda que el resto de España.

Hace días, algunas listas municipales de EH Bildu, contraviniendo esa intención estratégica de EH Bildu que ya se manifestó en la petición a sus simpatizantes de que no organizaran ‘ongi etorri’ públicos, creyeron que incorporar a antiguos asesinos les permitiría atraer a ciertos votantes radicales en determinados pueblos. Creo que la renuncia de los siete condenados por asesinato ha sido un acierto, porque la sociedad vasca ya está muy concienciada de que ETA fue una salvajada intolerable que arruinó miles de vidas, propias y ajenas, y electoralmente su partido no tenía mucho que ganar. Pero el intento de equilibrio de EH Bildu no se diferencia mucho de las reticencias que muestra el PP a condenar el franquismo o defender el aborto. Dos mentalidades que también están generalmente aceptadas por la mayoría social, pero no por ciertos sectores cuyo apoyo los populares temen perder.

En cualquier caso, tendremos que acostumbrarnos a la homologación política de antiguos etarras. No ya del estilo de los siete que han renunciado a las listas, que desde el principio se sumaron a la apuesta estratégica de Otegi de renunciar al terrorismo, sino de la facción de la que nunca abjuró de ETA. Es la consecuencia lógica de una transición, de una reconciliación, de una normalización. Exactamente igual que otros salvajes como Billy el Niño continuaron formando parte de la Policía una vez terminó el franquismo. Pero la derecha no termina de ver el paralelismo entre ambas situaciones y la izquierda sólo pone el grito en el cielo de la memoria histórica en los casos que le convienen.

Habría que ser un androide para no empatizar con el hecho de que muchas víctimas del terrorismo consideraran la inclusión de los asesinos en las listas de EH Bildu una vergüenza inaceptable. Igual que para no hacerlo con los descendientes de los republicanos represaliados que reclaman la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad pese a la Ley de Amnistía que en su día la propia izquierda reivindicó. El problema es que, para ser justos con el sufrimiento de la familia de un asesinado, ya sea por el franquismo o por el terrorismo, la única reparación equiparable sería atar a los criminales a una mesa y permitir que aquéllas les trocearan con una motosierra. Y eso no se puede hacer, porque la venganza siempre genera un nuevo agraviado que también querrá su propia revancha, y el ojo por ojo acabaría dejando ciego al mundo, como metaforizaba Gandhi.

Sin duda, las familias de las víctimas de ETA, y algunas de los GAL, van a ser los grandes perdedores de la Transición vasca, igual que las de los españoles cuyos asesinos quedaron impunes lo fueron de la Ley de Amnistía. Las primeras tendrán que tragar bilis cada vez que vean a un etarra, a un antiguo cómplice o a cualquiera que recogiera las nueces del árbol que otros agitaban encumbrado a un puesto de honor en la política. Del mismo modo que las segundas tuvieron que hacerlo al contemplar cómo en los años 80 seguían amasando fortunas políticos o empresarios que ya empezaron a prosperar bajo el franquismo.

No tiene sentido ocultar o disimular esta injusticia, porque es el único homenaje que podemos rendir a las víctimas. Reconocer que hemos obligado a esas familias a sacrificar su dolor en el altar del futuro, para obtener a cambio el bien mayor, o si se quiere el mal menor, de que sus conciudadanos, en el País Vasco o en el conjunto de España, podamos vivir una vida tranquila libre de los guerracivilismos del pasado.

Publicado por Kiko Rosique

Redactor de Política de la agencia de noticias Servimedia desde 2015. Columnista semanal del diario 'El Mundo' en su edición de Castilla y León hasta 2013 (www.kikorosique.com). Autor del ensayo 'El cuento de las naciones' (www.elcuentodelasnaciones.wordpress.com). Tw: @KikoRosique

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