El beso, el VAR y la moviola

Kiko Rosique, 2 septiembre 2023

Cada día que ha pasado desde el beso de Luis Rubiales a Jenni Hermoso me he alegrado de no haber tenido la víspera tiempo o medios materiales para escribir sobre el tema y contribuir a la moviola nacional, porque nuevos vídeos o declaraciones habían dejado obsoleto el veredicto o incluso el enfoque que habría plasmado. Sí, he cambiado varias veces de opinión, en un sentido y el contrario, porque quiero llegar a la verdad y no parto de dogmas, filias ni fobias que necesite reafirmar a toda costa aunque me los desmientan los indicios verbales o las pruebas documentales. Tampoco me importaría volver a cambiarla mañana si un nuevo hallazgo lo justifica.

Cuando saltó la polémica, pensé que todo dependía de la relación de amistad que tuvieran los dos implicados. Porque, ciertamente, Rubiales no ha propinado picos a futbolistas masculinos (los hombres heterosexuales, a diferencia de las mujeres, no nos besamos, sin duda por convenciones y complejos culturales), pero tampoco a ninguna de las otras jugadoras de la selección femenina. Parecía que había algo especial, no sexual, entre el presidente de la RFEF y la campeona del mundo.

Recordé los picos que, sin sentir mayor interés por mí, me han dado ciertas amigas en determinados contextos (y no en otros), incluida una pareja de lesbianas una Nochevieja porque yo escribía en El Mundo de Castilla y León en favor del matrimonio gay, y concluí que, si el tipo de personalidad y amistad que tuvieran Rubiales y Hermoso lo justificaba, eso quedaba muy por encima de la circunstancia de que uno fuera presidente de la Federación de Fútbol y otra jugadora de la selección. En una relación así no habría abuso de poder, como finalmente ha entendido el Tribunal Administrativo del Deporte.

El vínculo profesional entre ambos, pese a lo que se comentó desde el principio, no es el de un superior y su empleada. Jenni Hermoso, en todo caso, sería una trabajadora del equipo mexicano que le paga su salario. La selección española para ella es sólo un plus, y el que la futbolista siga en ella dependía de Jorge Vilda y no de Rubiales. Siendo titular indiscutible en un Mundial recién ganado, su puesto no corría ni corre mucho peligro.

En ningún caso estamos ante una cajera de supermercado cuyo sustento depende de su jefe baboso. E, insisto, si el beso había sido de común acuerdo por una amistad o cariño compartidos, ni siquiera procedería hablar de desdoro para la institucionalidad de la Federación o falta contra el decoro o la imagen del deporte español, reproche que sí ha formalizado el TAD atribuyendo a Rubiales una falta grave. Ésta sería una crítica comprensible tal vez en la derecha protocolaria, pero desde luego no en la izquierda, que ha vitoreado la sana iconoclastia con la que Podemos o Gabriel Rufián se han manejado en el Congreso de los Diputados o en las audiencias con el Rey. La izquierda que, al menos en otros tiempos, huía de convencionalismos puritanos y predicaba el amor libre.

Esa opinión inicial mía pareció verse confirmada por las palabras que el comunicado que publicó la Federación puso en boca de Jenni Hermoso: que el beso había sido un gesto espontáneo producto del cariño y la buena relación entre los dos y de la euforia del momento. Todo ello concordaba con el carácter que exhibía la futbolista en los vídeos y en la celebración en Madrid Río: una tía espontánea, dicharachera, divertida, desacomplejada y poco dada a pudores absurdos.

Por eso me parecía inaudito, y me sigue pareciendo ahora que presuman de haberlo sostenido desde el principio, que Sumar y Podemos dijeran ya entonces que lo de Rubiales había sido una agresión sexual. ¡Pero si ese día todo el mundo creía que la propia “víctima” atestiguaba que había consentido y, por tanto, todos los demás teníamos que estar calladitos! Después de tirarse así a la piscina en el momento más favorable para Rubiales, quedó claro que esa posición era un axioma y no iban a corregirla ni matizarla en ningún caso.

Especialmente Irene Montero y su partido, que, después de haber argumentado con razón que la violencia no debe ser el factor que determine el tipo de delito que se impone a un violador, sino sólo el consentimiento, creyeron detectar un filón para reivindicar la Ley del ‘sólo sí es sí’ original y reintrodujeron de repente el término para catalogar el pico de Rubiales nada menos que como “violencia sexual”, cuando no había habido ni violación ni violencia y sí daba la impresión de que había mediado consentimiento. Podemos, después de rechazar correctamente que el referéndum catalán del 1-O fuera una rebelión, ha superado con creces a la derecha en estirar la elasticidad semántica de la palabra “violencia”.

Obviamente, todo cambió cuando al día siguiente nos enteramos de que Jenni Hermoso no había dicho lo que se le atribuyó y se había negado a hacer un vídeo conjunto con Rubiales escenificando el mensaje del comunicado. Ambas cosas permitían aventurar que la amistad entre ambos no era tal, porque ninguna amiga se habría negado a socorrer a una persona atacada en toda España por un hecho consentido y hasta coparticipado por ella.

El beso de Rubiales se me antojaba entonces unilateral y, por tanto, improcedente, abusivo y digno de dimisión y reproche penal, probablemente en la parte baja del castigo de entre 1 y 4 años previsto para las agresiones sin penetración, porque un pico no es un magreo. Al carecer de antecedentes el presidente de la RFEF por extraño que ello resulte, esa pena no implicaría su ingreso en prisión. Aquel día, quienes me asombraban eran los partidarios de Rubiales y los críticos con la izquierda y el feminismo que se mantenían en sus trece como si estas dos revelaciones no hubieran cambiado nada. Otros que tampoco iban a salir de su jaula argumental pasara lo que pasara.

Nada se había revelado todavía de los instantes en que Rubiales y Hermoso estuvieron frente a frente en la entrega de medallas, que eran la clave, la única clave, para saber si el beso fue consentido o no. Y la acometió directamente él en la rueda de prensa en la que sorprendió a todos, cuando narró que, tras unos parabienes mutuos, le preguntó “¿Un piquito?” y ella contestó: “Vale”. En su comunicado de ayer tras el fallo del TAD, reafirmó su versión.

Por mucho que todo el mundo arremetiera de inmediato contra el presidente de la Federación, sólo Hermoso sabía y podía aclarar si este relato era cierto o no. Las primeras manifestaciones de su hermana y otras jugadoras de la selección expresándole su apoyo y acuñando el lema “se acabó” ya sugerían que su compañera iba a tener otra versión. Y así fue: negó tal conversación con Rubiales y publicó en sus redes sociales un testimonio mucho más personal, sincero y convincente que las tres líneas estereotipadas que el sindicato FutPro había puesto en su boca.

Afirmaba a grandes rasgos que la situación le produjo un “shock” inicial pero que, después de “profundizar” en sus primeras sensaciones, se sintió “vulnerable” y “víctima de una agresión”. Ese día comenzaron a manifestarse las futbolistas que en su día protestaron contra Vilda, esgrimiendo una especie de “¿Veis cómo teníamos razón?”. En realidad, ambos temas no tienen nada que ver entre sí, y “las 15” pudieron tener razón o no tenerla (nunca supimos los motivos exactos de unas y otro), pero ambas posibilidades son compatibles con que el beso fuera consentido y también con que no lo fuera.

Finalmente, como corresponde al fútbol moderno, entró el VAR para decretar que, en efecto, Rubiales le había propuesto un pico a Jenni, sin que pueda saberse si ella accedió o no, y, según las tomas, parecía que, en el momento inmediatamente anterior al beso, la chica le levantaba del suelo o que era él quien se la subía encima, así que cada bando se aferró a una toma y subrayó que la otra no aclaraba nada del beso en sí. Como en el fútbol, ese análisis fotograma a fotograma hace perder un poco la noción de la velocidad, porque todo da la sensación de ser más premeditado de lo que tuvo que ser en la realidad. Allí, tanto Rubiales como Hermoso improvisaron, en unos instantes rápidos en los que seguro que ninguno de los protagonistas había pensado antes, cuando estaba el Mundial en juego. Pero, aun con esta distorsión que introducen, los vídeos son las únicas pruebas objetivas que se tienen cuando sobre los segundos decisivos sólo existen dos versiones que se contradicen entre sí.

El último conocido fue el del autobús que publicó Alvise Pérez, un tipo con el que no recuerdo haber estado ni una sola vez de acuerdo, y menos que nunca ahora que persigue a Jenni para sacarla fotos riendo, pero cuyos antecedentes, como los de Rubiales y como los de cualquier víctima de violación, no vienen a cuento para elucidar una presunta agresión sexual concreta. No se puede celebrar que un vídeo demuestra que fue Rubiales quien se encaramó sobre Hermoso y en cambio desdeñar otro porque lo divulga un ultraderechista o porque lo filtró la Federación.

Tienen razón quienes arguyen que este vídeo no cambia nada respecto al consentimiento del beso ni contradice el comunicado de Hermoso (salvo en el “shock” de la celebración al que atribuye su silencio inicial, que no se ve por ningún sitio). Eso sólo lo podremos resolver si, por algún vídeo nuevo o declaraciones de testigos, descubrimos si ella asintió, verbal o gestualmente, cuando Rubiales le preguntó si le daba un pico. Mientras tanto, sólo tenemos dos versiones contrapuestas y un vídeo en el que Hermoso responde “Pues vale”, pero no se oye a qué pregunta concreta.

Sin embargo, el vídeo de Alvise confirma lo que apuntaban otros mucho más breves y por tanto multiinterpretables que ya se conocían antes. El fotograma posterior al beso, del que Jenni Hermoso sale riendo y palmeándose con Rubiales; el del “Pero no me ha gustado, ¿eh?”, en el que parece defenderse entre risas de las bromas burlonas de sus compañeras sobre el alcance e importancia del pico; y el vídeo en el que el presidente anuncia su boda en Ibiza con la futbolista, algo a lo que en principio no se habría atrevido si la hubiera notado molesta, pero que también podría ser la prolongación de su calentura con la chica.

Lo que se confirma es que ella en ningún momento dio ni tenía intención de dar consentimiento a la utilización política que se ha hecho de un incidente que calificó de “anecdótico” recién ocurrido. Ni para atacar a Rubiales ni para que la abanderen la izquierda y su versión del feminismo. En el autobús seguía bromeando con el tema, comparándose con Iker Casillas y Sara Carbonero, y sus compañeras dejaban de corear “campeonas” para solazarse con el “¡beso, beso!”, que como jóvenes les da más morbillo, e incluso vitorear al “¡presi, presi!”.

Sin duda, una mujer agredida tiene todo el derecho a seguir viviendo y riendo, y no hace falta que se la vea sufriendo para merecer credibilidad, pero es que Jenni Hermoso está festejando con sus amigas precisamente la supuesta agresión, cosa que en ningún caso haría si la sintiera como tal. Y una agresión sexual sólo puede serlo si la percibe así la supuesta víctima. El hecho objetivo es, en este caso, un beso; si a ella le repugna, lo sentirá como una agresión, y, si no reniega de él, es porque lo ha aceptado como una muestra de cariño o le ha traído sin cuidado. La diferencia entre una recepción y otra es el consentimiento.  Porque, ¿qué otra cosa puede ser el consentimiento en todo beso que una persona le da a otra, cualquiera en el que ambas no vayan acercando mutua y lentamente los labios hasta fundirse en el medio?

La izquierda suele esgrimir el concepto de “cultura de violación” para criticar lo que denuncia como “poner el foco en la víctima y no en el agresor”, pero hace la trampa de dar por supuesta la agresión, de forma que parece que cualquier réplica o matiz que se le objete sólo puede hacerlo un desalmado. Cuando de lo que se trata precisamente de aclarar si hubo agresión; de elucidar, a base de indicios y del contexto de los momentos inmediatamente posteriores porque no tenemos pruebas de los instantes decisivos, si medió el consentimiento o no. La izquierda se ha caracterizado históricamente por reclamar una justicia garantista que no condene a nadie sin pruebas. ¿En qué otro tipo de delito le valdría con sólo el testimonio del acusador para dictaminar la culpabilidad del acusado? Aquí, a diferencia de en muchas violaciones, sí hay testigos. Espero que el derecho a un juicio justo no sea uno de los privilegios seculares del hombre que el feminismo haya venido a eliminar.

El jueves se conoció el discurso de Aitana Bonmatí al recibir el premio de la UEFA. “Como sociedad no debemos permitir que haya abuso de poder en una relación laboral ni faltas de respeto”, observó, solidarizándose con “todas las mujeres que sufren lo mismo que Jenni”. ¿Y cómo no empatizar y coincidir con esta chica impecable, que, en su noche de gloria, y con esa cara de buena persona, elige pronunciar unas palabras de recordatorio tan medidas, tan contenidas, sin asomo de sobreinterpretación ni afán de protagonismo?  

Sin jugarse personalmente nada en el envite, estoy convencido de que Bonmatí, a día de hoy, como posiblemente también la propia Hermoso desde su comunicado, piensa que lo de Rubiales fue un abuso de poder y una falta de respeto y por tanto merecía ser calificado de “falta muy grave” por el TAD. Pero el hecho es que, justo después del partido, ella y sus compañeras de equipo celebraban en el autobús, con él delante, que “el Rubi y la Jenni” se habían dado un pico. ¿De verdad se sentían intimidadas, dominadas o despreciadas por un tipo al que, siendo presidente de la RFEF, le estaban llamando a la cara “el Rubi”?

Honestamente, me da la sensación de que, entre todos, hemos llegado a convertir aquella anécdota y aquel ambiente de camaradería en una cosa que no fue. De que, tras días y días de bombardeo en los medios de comunicación, en los que políticos y tertulianos que no estuvieron en Australia sólo veían, o querían o podían ver por sus propios dogmas, a un jefazo mayor y lascivo aprovechándose de una joven inocente para robarle un beso, ahora hasta las propias protagonistas son incapaces de recordar que en su momento lo vieron sin ninguna malicia, como un incidente divertido que a Jenni Hermoso le hizo gracia o, en el peor de los casos, le dio exactamente igual. ¿Cómo pueden resistirse a ese “clamor social” al que cada bando ideológico invoca sólo cuando es favorable a sus intereses y después de haberlo suscitado y alimentado a conciencia desde sus altavoces mediáticos?

No tengo ningún motivo para sospechar que hubiera llamadas de gente del Gobierno a la futbolista ni que Futpro la malmetiera contra Rubiales, como se ha escrito, pero, una vez echó a rodar la bola de nieve, y quizá también cabreada por las presiones y tergiversaciones de la RFEF para que intercediera por el presidente, Jenni Hermoso ya no tenía escapatoria. ¿Qué no habrían dicho de ella si, aunque a regañadientes y varios días después, una vez pontificado todo el mundo que lo de Rubiales había sido una agresión, no se hubiera declarado víctima? Le habrían reprochado su mal ejemplo a las mujeres que sufren acoso; que silencios como el suyo, siendo un referente social, desincentivan las denuncias; que no se ponía en el lugar de empleadas mucho peor retribuidas que sí están a merced de sus jefes abusones…

El problema es que la tesitura se repite duplicada ahora que llega la hora de presentar la denuncia. Si lo hace, en el juicio sus compañeras tendrán que testificar y no les valdrá con decir que apoyan a Jenni o a las mujeres agredidas. Sin incurrir en falso testimonio, tendrán que concretar lo que Hermoso las contó de la conversación con Rubiales en la entrega de medallas y detalles de cómo era la relación del equipo con el presidente antes de que la polémica lo ensuciara todo. Y, si no denuncia, se le criticará haber arruinado la reputación de un hombre a sabiendas de que no tenía base material para acusarle. Es una inmensa putada para la persona que menos culpa tiene de todo.

La izquierda no se puso a respaldar a Jenni Hermoso después de que ella, una vez pasado el “shock” de la celebración, reflexionara y se sintiera ofendida por Rubiales. Fue exactamente al revés. No sabemos si la futbolista dio su consentimiento o no a la petición de Rubiales de darle un pico, pero en ningún momento se lo dio a que políticos y tertulianos le marcaran el camino antes de que ella quisiera abrir la boca; a que impusieran, una vez más, sus dogmas y categorías a una mujer individual, adulta y con voluntad propia, para convencerla de que debía sentirse mucho peor de lo que se había sentido. Quién sabe: a lo mejor en esta nueva legislatura se aprueba una ley que establezca un “sólo sí es sí” a la hora de dar permiso a que nuestros representantes públicos se erijan también en representantes de nuestros sentimientos privados.

Por acabar en positivo, al menos la polémica de la selección femenina de fútbol ha servido para que, durante la moviola, algunas periodistas, inspiradas por el artículo más demoledor y mejor escrito que he leído en mucho tiempo, el de Gemma Herrero en Jotdown, denuncien casos y ambientes de acoso sexual o de venganza tras el despecho, éstos sí (a diferencia del de Rubiales) premeditados, continuados en el tiempo y un ejercicio consciente de abuso de poder. Ejemplos de los que, con toda seguridad, se dan en cientos de empresas de todos los sectores profesionales y merecen un “se acabó”.

Sin alargar mucho más este artículo, confío en que el hecho de que los primeros señalados sean periodistas de izquierda ayude a entender lo que ya expuse en este otro, que no hace falta ser machista para tener comportamientos repugnantes hacia las mujeres, y así empecemos a aterrizar las explicaciones en la naturaleza estrictamente material del ser humano, en lugar de perdernos en entelequias abstractas que no explican nada, como el patriarcado.

No es machismo, sino, según los casos, abuso de poder o simple uso ventajista de una posición privilegiada, porque lo mismo que supuestamente (habrá que demostrarlo) hacían esos periodistas o Plácido Domingo para seducir a mujeres lo hacían José Luis Moreno o Kevin Spacey con otros hombres. El poder tiene su erótica y cada pavo real exhibe las plumas que le han tocado en la tómbola. Y se las muestra, no a una mujer por ser mujer, sino a un hombre o una mujer por ser el objeto de atracción sexual del acosador respectivo. No es cultura sino biología.

Buena parte de lo que el feminismo de hoy atribuye genéricamente al machismo se explica mucho mejor por la triste y servil dependencia sexual de los hombres respecto a las mujeres (eso de que los hombres “pensamos con la polla”, que dice la sabiduría popular femenina). Por nuestra tendencia a sexualizarlo todo, mucho mayor que el de ellas en general, pero, sobre todo, en situaciones y relaciones en las que no viene a cuento. Hay hombres que se lanzan a satisfacer sus deseos o a vengarse de la frustración de los mismos a costa de importunar, molestar o hacer daño a mujeres. Pero bueno, tampoco quiero denigrar a mis congéneres porque, seguramente, quienes no incurrimos en los desmanes de otros es porque nos resultan patéticos, porque no nos atrevemos o porque nos parecen malas tácticas. Y ninguno de estos tres motivos es altruista.

Publicado por Kiko Rosique

Redactor de Política de la agencia de noticias Servimedia desde 2015. Columnista semanal del diario 'El Mundo' en su edición de Castilla y León hasta 2013 (www.kikorosique.com). Autor del ensayo 'El cuento de las naciones' (www.elcuentodelasnaciones.wordpress.com). Tw: @KikoRosique

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